martes, 9 de enero de 2018

Passion fruit

Passion fruit

La paz de la tarde fue interrumpida por risas de dos extraños y el grito apagado de mi madre.
Luego, mientras mi madre acomodaba las cosas de la pareja, me contó que ese hombre era mi hermano, que partió de la casa el día que yo nací, que después de doce años regresaba con una norteamericana.
Arianna adornaba su cabello con una pluma de colores, usaba una minifalda que resaltaba sus piernas blanquísimas, y la gente decía que era hippie.
Expulsado de mi habitación fui a dormir en la hamaca del corral, junto a la enredadera del maracuyá.
Los ojos de Arianna se hicieron más azules cuando descubrió la planta de maracuyá cargada de frutos. ¡Oh, Passion fruit!, exclamó.
Y desde ese día llevó una flor en la oreja y preparó maracuyá en múltiples formas, en todo tipo de comidas dulces y saladas encontrábamos las semillas.
En el corral supo explicarme que los zarcillos eran hojas modificadas, que las flores representaban la pasión de Cristo y que el sabor era inolvidable.
Y tuvo razón, nunca olvidé el aroma, ni el sabor, ni los zarcillos de Arianna.

Por esa simple razón mi hermano dejó de hablarme para siempre.

lunes, 8 de enero de 2018

El aroma de la algarroba

El aroma de la algarroba


Don Froilán, se sentó, como todas las tardes, junto a las chabelas de la parte de atrás del Asilo de ancianos de Chulucanas, para observar la caída anaranjada del sol, detrás de los algarrobales. Ya no recordaba a sus siete hijos que tampoco se acordaban de él. Escuchó el chirriar de las bisagras de los portones y de pronto ensanchó las olletas de su nariz y percibió el olor de 70 años atrás, cuando apenas tenía 14 años.
Ahora le dolían las articulaciones, tenía la barriga grande de tanto tomar chicha, y le dificultaba colocarse las baquetas, esas ojotas hechas con restos de llantas, dejando la talonera sin colocar, pisándola, para que no le dejaran marcas a sus talones hinchados.
La Ramona traía sus escasas ropas en una talega, miró alrededor y casi se pone a llorar porque no quería estar sola en el asilo de ancianos. Seguía oliendo a algarroba, porque toda su vida la había dedicado al negocio de la algarrobina. Sus hijos se habían hecho profesionales y empresarios y habían emprendido vuelo. Ella seguía vendiendo su algarrobina en botellas de plástico en los terminales de autobuses, muchas veces sin éxito.
Don Froilán siguió su instinto, reconoció el aroma de la algarroba en aquella mujer que le había enseñado el placer de esconderse debajo de las algarrobas negras para realizar las maniobras más increíbles que conociera. La saludó. Ella hizo como si no lo reconociera. Y en la tarde siguiente ya estaban juntos tomados de la mano mirando las puestas del sol, añorando antiguos olores.

El tiempo ya no les alcanzaba para más.