—Bájate un ratito, Papucho, y descansemos bajo este árbol —dijo el hermanito mayor.
— ¡Tengo sed! —exclamó Papucho.
—Espérate que ya estamos cerca del río.
— ¿Así como el Mantaro que contaba Mamita? —preguntó Papucho.
—No, más chiquito. El Mantaro es un río grande, así de grande —dijo el hermanito mayor extendiendo ambos brazos, como queriendo abarcar algo enorme.
—Cuéntame del Mantaro —pidió Papucho, apartando unas hojas secas, haciendo un claro para sentarse en el suelo.
—Cuando Mamita terminó de regalar el pan se quedó sentada junto a la ventanilla y el tronar del tren le indicó que estaba partiendo. Entonces vio cómo se iban haciendo chiquitas las casas del pueblo, y las chacras se veían como dibujadas con diferentes colores de verde, así como te he enseñado que son el cuadrado, el triángulo y el rectángulo, así se veían las chacras. Luego todo se hizo oscuro y es que el tren entra por en medio de la montaña, los Andes. No te olvides, Papucho: así se llaman esos cerros que son de pura piedra.
—¿Y cómo es que pueden entrar por allí? ¿Acaso tienen huecos? —preguntó Papucho.
—No, es que la gente, mucha gente empezó a hacer un paso para el tren a través de la montaña. Eso se llama túnel. Y cuando terminaron de pasar el túnel, Mamita miró con emoción las hermosas retamas amarilleando en flor y las rojas cantutas. No te olvides, Papucho, de que la cantuta es la flor nacional del Perú. Las nubes se coloreaban de sol de la tarde y, a través de la ventana llenita de gotas de lluvia, Mamita vio un árbol de capulí y se quedó dormida. Me dijo que esa tarde tuvo un sueño en el que soñó con nosotros.
© David Arce
Foto: Eva Lewitus
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