Passion fruit
La paz de la tarde fue
interrumpida por risas de dos extraños y el grito apagado de mi madre.
Luego, mientras mi madre
acomodaba las cosas de la pareja, me contó que ese hombre era mi hermano, que partió
de la casa el día que yo nací, que después de doce años regresaba con una norteamericana.
Arianna adornaba su cabello con
una pluma de colores, usaba una minifalda que resaltaba sus piernas
blanquísimas, y la gente decía que era hippie.
Expulsado de mi habitación fui a
dormir en la hamaca del corral, junto a la enredadera del maracuyá.
Los ojos de Arianna se hicieron
más azules cuando descubrió la planta de maracuyá cargada de frutos. ¡Oh,
Passion fruit!, exclamó.
Y desde ese día llevó una flor en
la oreja y preparó maracuyá en múltiples formas, en todo tipo de comidas dulces
y saladas encontrábamos las semillas.
En el corral supo explicarme que
los zarcillos eran hojas modificadas, que las flores representaban la pasión de
Cristo y que el sabor era inolvidable.
Y tuvo razón, nunca olvidé el
aroma, ni el sabor, ni los zarcillos de Arianna.
Por esa simple razón mi hermano
dejó de hablarme para siempre.