martes, 9 de enero de 2018

Passion fruit

Passion fruit

La paz de la tarde fue interrumpida por risas de dos extraños y el grito apagado de mi madre.
Luego, mientras mi madre acomodaba las cosas de la pareja, me contó que ese hombre era mi hermano, que partió de la casa el día que yo nací, que después de doce años regresaba con una norteamericana.
Arianna adornaba su cabello con una pluma de colores, usaba una minifalda que resaltaba sus piernas blanquísimas, y la gente decía que era hippie.
Expulsado de mi habitación fui a dormir en la hamaca del corral, junto a la enredadera del maracuyá.
Los ojos de Arianna se hicieron más azules cuando descubrió la planta de maracuyá cargada de frutos. ¡Oh, Passion fruit!, exclamó.
Y desde ese día llevó una flor en la oreja y preparó maracuyá en múltiples formas, en todo tipo de comidas dulces y saladas encontrábamos las semillas.
En el corral supo explicarme que los zarcillos eran hojas modificadas, que las flores representaban la pasión de Cristo y que el sabor era inolvidable.
Y tuvo razón, nunca olvidé el aroma, ni el sabor, ni los zarcillos de Arianna.

Por esa simple razón mi hermano dejó de hablarme para siempre.

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