Ocho meses después de cumplir doce años, Doralisa Seminario, caminaba bamboleante con la panza enorme por las calles de Chulucanas. La gente le decía que iba a parir mellizos que muy grande tenía la barriga, que se pusiera una moneda de un sol de oro, de esos antiguos que en verdad eran de oro, para que no se le saliera el ombligo. Por la calle Amazonas camino al mercado, sintió el primer dolor lacerante en el vientre que muchas curiosas le advirtieron que era indicativo de que el parto era inminente. Entonces cambió de rumbo y se dirigió a la calle Tarapacá, donde quedaba el antiguo paradero hacia Morropón, y allí le fue diciendo a cada uno que se apeaba de su carreta que por favor le avisaran a su hermana Micaela Lalaquiz que viniera urgente a Chulucanas para que le asistiera en el parto. Y como ya estaba advertida de que estos menesteres los sufriría por lo menos una semana, se dirigió al mercado a comprar todo lo necesario como para no salir durante dos semanas de la casa, no sin antes pasar, con la esperanza de encontrar, por donde siempre acomodaba sus cachivaches, al vendedor de sebo de culebras, pero se regresó entristecida porque en vez de él estaba otro chuncho con las mismas culebras mantonas.
Y como quien dice, sin saber leer ni escribir, ella sola empezó los preparativos del parto. Lavó toda la ropa que pudo, dejó limpios los trastos, barrió el piso de tierra apisonada salpicándola con agua, mató ocho gallinas y las cecinó para que le duraran hasta después de dar a luz. El día en que los dolores de vientre se tornaron tan insoportables que parecía que le iban a desgarrar las carnes y que todavía tenía la secreta esperanza de que su hermana Micaela hubiera recibido a tiempo el encargo, tuvo el coraje de levantarse, llenar un tinajón de agua y ponerlo a hervir sobre las brasas, planchó las sábanas limpias, buscó la nueva tijera de acero inoxidable y la colocó cerca de las brasas para esterilizarla, no le fuera a dar tétanos al churre.
Los dolores empezaron a repetirse a cada rato y hasta le parecía que empezaban uno detrás de otro. De pronto sintió la barriga menos hinchada y como que una piedra se le hubiera deslizado hacia abajo. Tengo ganas de cagar, pensó. Pero se asustó porque no fuera a ser que en esos menesteres se le saliera el hijo que seguía pateando con fuerza.
Cuando Micaela Lalaquiz abrió la puerta de par en par llamando a su hermanita y nadie le respondió, encontró a la recién parida durmiendo el sueño de parturienta, con varias sábanas ensangrentadas entre las piernas, y junto a su pecho un churre recién nacido envuelto como un tamal chupando la teta como un bendito. A un costado todavía estaban la tijera y el balde con la placenta, quedándose asombrada de que nadie hubiera asistido en el parto a su hermana primeriza. Le preparó un caldo de gallina para parturienta, llevó a enterrar la placenta, lavó las sábanas, y como ya no tenía nada más que hacer, le vendó la cabeza a Doralisa con las recomendaciones de que no se sacara las vendas, no vaya a ser que te venga un sobreparto hermanita, no pujes, no levantes pesos, tampoco estés tocando agua por lo menos cuarenta días, vas a dejar que yo solamente te limpie con un trapito mojado, no estés comiendo limón ni mango ni tamarindo verde, fájate bien y para nada te levantes. No sabes cómo es esto, muchas mujeres han muerto por querer levantarse a los siete días de paridas y eso que ya tenían varios hijos. Y eso sí muchacha, no engrías a tu hijo porque si no, lo acostumbras mal. Ya sabes, leche materna hasta que se te sequen las tetas, nada más necesitan los churres, aquí he traído un poquito de miel de palo para mojarle los labios para que su vida le sea siempre dulce. Recién podrás darle algunas papillas a partir de los seis meses, si le das antes se puede llenar de ronchas para siempre. Y creo que puedes empezar a darle chicha solamente al año.
Se dirigió al horcón donde estaba colgado de un alambre el descolorido Almanaque Bristol, lo hojeó y exclamó contenta: «le corresponde llamarse Wenceslao porque ha nacido el 28 de setiembre», y mira esta corbatita que le has puesto, parece que va a ser cura.
¡No! —dijo secamente Doralisa Seminario—. Él se va a llamar Domingo. Y no le quiso dar explicaciones a su hermana.
©David Arce