Segundos antes de las doce, el silencio se suspende en el aire, el sol gira enloquecido en el centro del cielo azul y una multitud de corazones sincronizan sus latidos y esperan.
Desde el balcón principal de la Casa Consistorial, al grito: ¡Pamplonesas, pamploneses, viva San Fermín, Iruindarrok, gora San Fermín! y al silbido inicial del chupinazo, la algarabía de la multitud se desborda, la gente ruge, salta, canta, baila y agita sus pañuelos rojos.
Allí nos conocimos y juramos nunca separarnos. Te confesé que sería insoportable pasar los Sanfermines sin ti.
Todavía recuerdo que al final de la cuesta de Santo Domingo me dijiste: ¡espérame! y yo, empujado por el mar blanco con pañuelos rojos, empecé a sentir tu ausencia.
Hoy regreso como todos los años, esperando encontrarte en cada uno de los distintos rostros, en el encierro, en el Riau Riau, en la procesión, en la corrida, a sol, a sombra. Y no estás.
Con mi vela asisto al final de la fiesta, como alma en pena, —que en realidad soy.
Pobre de mí, que se han acabado las fiestas de San Fermín.
Volveré cada año aunque sólo sea para encontrarte antes de la cuesta de Santo Domingo.
© David Arce
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